"¿Otra vez lo mismo, mamá? Parece que no sabes hacer otra comida. Estoy cansada de esto siempre. Ya sé que en el otro lado del mundo los niños no tienen qué comer, ¡pero a mí eso no me sirve de nada!".
"Mamá, es viernes, ¡viernes!, la gente normal sale de casa, con los amigos, a pasear, a salir de estas cuatro paredes, a relajarse un rato. Deberías hacer lo mismo, eh, la menopausia no te está ayudando".
"Te aviso, mamá, que me voy de la casa. Yo no puedo seguir aquí, es momento de independizarme. Ya tengo trabajo, puedo mantenerme sola. No necesito más. Claro que voy a venir a verte cuando pueda, no esperes que todos los fines de semana, pero lo haré. Adiós, mamá".
Y se fue. Se instaló en su nueva casa, y vivió feliz con los amigos, visitó los mejores restaurantes, conoció a personas maravillosas, rió a morir, saltó de alegría por todos sus logros.
Y pasó el tiempo, y se olvidó de ir a ver a mamá, y reconoció que el ambiente en su departamento nuevo era frío , y le pareció cansado ver a los amigos todo el tiempo, y las comidas no tenían aquel sabor.
Un día decidió regresar a su antiguo hogar, se dio cuenta de que siempre lo extrañó, y se encontró a aquella mujer, ya más vieja, ya más encorbada, con una mirada sonriente y melancólica. No le guaradaba rencor, le abrió sus brazos y el corazón, con una carcajada llena de amor y unos ojos vidriosos llenos de ternura. "Cómo te extrañé, mi niña", para ella él siempre sería su pequeña.
Y ahí mismo reconoció cuán injusta había sido. Y ahí mismo le pidió al cielo que su madre fuera eterna. Y, al saber que no sería, la abrazó tan fuertemente que casi le hizo daño. Las dos lloraron. Ella le preparó su comida favorita,y ella decidió que jamás la abandonaría de nuevo.